Freud con Jung

Una lengua común nos separa.
Bernard Shaw

En 1909, con motivo de recibir un título honorífico en la Clark University de Worcester, el primer reconocimiento oficial, Freud es invitado a disertar sobre psicoanálisis. A tal fin viaja a los Estados Unidos, junto con Jung y Ferenczi. Antes de embarcar rumbo a América, los tres hombres almuerzan en Bremen. (Por aquella época, tomando lo que denomina “un curioso camino arqueológico”, Freud siente que se aproxima a la esencia del simbolismo .) Durante el almuerzo en la Essighaus, Jung aborda el tema de las excavaciones en unas ruinas prehistóricas del norte de Alemania. Detrás de la insistencia, y de las palabras con que éste introduce el tema, Freud descubre un deseo de muerte dirigido contra su persona. Y, al punto se desvanece.
Durante ocho días, los que dura la travesía, los psicoanalistas intercambian sus sueños y los analizan. Según las palabras del helvético , después de aclarar un sueño de Freud solicita al soñante asociaciones relativas a su vida privada, “para seguir descifrando”. La demanda provoca sorpresa, y una férrea negativa. Jung interpreta el impedimento como rechazo: una barrera dispuesta por el maestro para evitar poner su autoridad en peligro.
Recordemos, además, que sobre aquel barco se origina el comentario que ulteriormente propagará Lacan, fruto de una conversación con Carl Jung: “Freud, avistando tierra, murmura al oído del discípulo: —No saben que les traemos la peste”.
Detengámonos aquí, para efectuar una breve digresión. El viaje será compartido con los adeptos más próximos, en quienes Freud deposita expectativas de comunicar sus ideas. No obstante, de regreso los seguidores despliegan floridos actos sintomáticos, dirigidos hacia él (de los cuales habría que extraer el núcleo de verdad que disimulan).
Al llegar de América a Berlín, el 1° de octubre de 1909, Ferenczi decide visitar una médium, la Sra. Seidler. Tras el encuentro queda conmovido. Inmediatamente comunica a Freud sus impresiones. Luego, ambos hombres dan muestras de interés en la posibilidad de existencia de la transmisión de pensamientos; llegando a elaborar diversas hipótesis y a tramar ciertos experimentos .
Por el lado de Ferenczi, en quien no preexistía rasgo alguno de inclinación hacia el ocultismo, el asunto de la telepatía se liga, desde el inicio, a la empatía: a la inconmensurable demanda de amor que desarrolla con respecto de Freud —su páthos—. La primera carta es elocuente : en el punto 2), simpáticamente, habla de su infantilismo frente a la madurez del maestro; en el 3), remarca el malestar de éste en relación con los vieneses; y en el 4), se explaya sobre sus pensamientos: la idea de una comprensión fallida entre ambos. Especula que Freud no se siente entendido por él, esto hace que no lo ame, y acentúa los celos frente al adorable Jung.
En la carta del 3 de diciembre de 1910, pese a la insistencia del discípulo, Freud lo persuade para que continúe experimentando; también le propone diferir, por dos años más, cualquier tipo de manifestación pública sobre el asunto, momento en el que promete divulgar sus trabajos en el Jahrbuch. El 3 de mayo de 1911, desde la otra orilla del río, el húngaro escribe: “Puesto que no conozco a ninguna pitonisa, tengo que contentarme con este tipo de pruebas…”. Con el tiempo, Freud consigue disuadirlo: Ferenczi jamás publicó nada al respecto. No obstante, el 19 de noviembre de 1913 (cerca del lapso dispuesto en aquella carta) pronuncia una conferencia sobre el tema ante el grupo vienés.
Del lado de Jung, la misma problemática pasa por una faz más oscura. Las predisposiciones psíquicas del suizo brindan un terreno fértil ; inclinaciones que se manifestan en el lazo (transferencial) que establece con el maestro. Recién en Munich, el 26 de diciembre de 1910, Freud conversa con él sobre las experiencias telepáticas de Ferenczi . Rápidamente el helvecio acoge el tema dentro del campo de las ciencias ocultas —recordemos que su tesis doctoral, donde invocaba la Interpretación de los sueños, versó Sobre la psicología y la psicopatología de los llamados fenómenos ocultos [1902] —. Poco después, inclinado hacia una fundamentación filogenética de las neurosis, avanzará por su cuenta en la concepción de una herencia inconsciente del simbolismo, que Freud caracterizará de “ideas innatas” .
Sentando su posición sobre el asunto, el 11 de mayo de 1911, Freud le trasmite a Ferenczi: “Jung escribe que deberíamos conquistar el ocultismo y me solicita permiso para una expedición al imperio de la mística. Estoy viendo que son imparables usted y él. Procedan al menos de forma concertada, son expediciones peligrosas, y no podré acompañarlos”. Pese a todo, no será esta vertiente mística la que capte la inquisitiva atención de Freud, aunque sea sorprendido por la virtual existencia de una transferencia de pensamientos, especialmente los inconscientes, más allá de “la distorsión de la pitonisa ”.
La experiencia con Freud arroja a aquellos hombres hacia la locura. Tomado por el odio, y luego de la ruptura, para recuperarse, Jung deberá pasar un tiempo internado en una clínica psiquiátrica. En tanto Ferenczi, olvidado por sus pares, termina sus días trastornado (de amor). Tomemos estos hechos de los discípulos como una respuesta anticipada frente a la incidencia, en ellos, del deseo del maestro. Síntomas íntimos, que dan cuenta —por fuera de lo que, en la escena pública, se articula como un anhelo de continuidad— de una demanda inaudita.

Para cuando cediera el escenario, Freud pretendía tener asegurada la sucesión. Persiguiendo este fin, encuentra en Jung aquel en quien confiar sus intereses: las esperanzas de allanar el camino del psicoanálisis en la obtención del reconocimiento científico, y la pretensión de sacar del ghetto a la Causa analítica. Tentándolo, con presura le comunica su aspiración, el 7 de abril de 1907 escribe: “no deseo otro continuador y perfeccionador mejor de mi labor sino usted”. Jung, invocando la mención que efectúa Freud a la ruptura con Fliess , retoma el requerimiento pidiendo “gozar de su amistad no como algo propio de iguales, sino como si fuéramos padre e hijo” . Con estas palabras sella el pacto, aceptando el lugar de heredero; lugar que lo irá oprimiendo cada vez más.
El 13 de agosto de 1908, Freud reafirma: “La egoísta intensión que persigo y que naturalmente confieso de un modo franco, es la de establecer a usted como continuador y perfeccionador de mi trabajo, aplicando usted a las psicosis lo que yo he comenzado en las neurosis, para lo cual me parece que usted, como personalidad fuerte e independiente, como germano que atrae más fácilmente las simpatías de los demás, sirve más que cualquier otro que yo conozca. Aparte de eso, también lo quiero a usted; pero he aprendido a subordinar este aspecto”. (Sin embargo, en enero de 1909, le escribe a Ferenczi: “Creo que en vista de mi edad tengo que dejar mi lugar disponible para otros que vienen detrás de mí, y que entonces todo lo hago únicamente por la Causa, que en el fondo no deja de ser la mía, es decir que procedo de manera completamente egoísta. Entre mis sucesores y continuadores, a usted debe corresponderle, por supuesto, un lugar sobresaliente”.)
Tras la segunda visita a Viena, el 12 de abril de 1909, Jung le comunica a Freud: “La última noche en su casa me ha liberado interiormente, del modo más feliz, de la opresora sensación de su autoridad paterna. Mi inconsciente ha celebrado esta impresión mediante un gran sueño, que me ha venido ocupando durante varios días y cuyo análisis acabo de finalizar. Espero estar ahora libre de todas las cargas innecesarias”. La respuesta de Freud no se hace esperar, el 16 de abril señala: “Resulta notable que en la misma noche en que lo adopté a usted formalmente como hijo primogénito, ungiéndole como sucesor y príncipe heredero —‘in partibus infidelium ’—, me despojase al mismo tiempo usted de la dignidad de padre…”.
Poco antes del viaje a Norteamérica, el 12 de junio, y luego de una indulgente misiva de Freud sobre el affaire Spielrein, Jung subraya: “…en realidad es demasiado necio que precisamente yo, el ‘hijo y heredero’ de usted, trate tan desconsideradamente su herencia y la dilapide y actúe como si de todo ello no se hubiese sabido nada”. No obstante, el 25 de diciembre encabeza su correspondencia apuntando: “Mi ensayo de crítica, que tenía el aspecto de un ataque, era en realidad una defensa…”; para luego opinar que: “Es un duro destino el tener que trabajar junto al creador”.
Con todo, Freud continuará aferrado a su propósito. El 20 de diciembre de 1910, reprendiendo a Ferenczi, expresa: “No sea celoso e incluya a Jung en sus cálculos. Estoy más convencido que nunca que él es el hombre del futuro”. Tiempo después sostendrá lo mismo, el 14 de mayo de 1911, le manifiesta a Binswanger: “Cuando el reino que yo fundé quede huérfano, nadie más que Jung lo heredará todo. Ya lo ve, mi política persigue invariablemente esa meta…”.
Aquí es interesante mencionar un comentario del libro Freud, maestro y amigo, del devoto Hanns Sachs ; explicación que, bajo un ropaje de sagacidad histórico-política, encubre cierta ingenuidad analítica: “Freud deseaba permanentemente descansar en el hombre adecuado, al que podría confiarle la dirección del movimiento psicoanalítico. Cuando creía haberlo encontrado, investía al hombre escogido —Adler, Jung, Rank— de toda la autoridad. Era un error táctico, puesto que es un hecho histórico bien conocido que, entre todas las personas susceptibles de presentar una oposición encarnizada al monarca reinante, el que se halla en la mejor posición siempre es el príncipe heredero”.

…Desde el comienzo de la relación con Jung, Freud se ve confrontado. La discusión se despliega entre las neurosis de transferencia freudianas y el interés del helvecio por la demencia precoz. Dentro de las psicosis Freud opta por la paranoia, considerándola un buen tipo clínico; al tiempo que califica la demencia precoz de mal término nosológico. Como dato clínico toma la disposición transferencial, la posibilidad de acceso; mientras avanza estructuralmente planteando el “problema de la elección de neurosis”. Por su parte, Jung, aferrado a la introversión, pregunta cómo se liquida el complejo, situándose en la constelación yoica puesta en juego por la tentativa de compensación.
El esfuerzo teórico de Freud se ve reflejado en el caso Schreber , donde introduce el narcisismo; para terminar dando lugar a nuevas Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, inaugurando la dualidad entre pulsiones sexuales y pulsiones yoicas. Es interesante señalar cómo, consecutivamente, el interés se concentra en los [llamados] escritos técnicos, es decir, en la transmisión de la experiencia a quienes se inician en la praxis analítica (allí el eje gira en torno a la transferencia).
Paulatinamente la discusión se muestra sustentada por la libido —la que terminará catalizando el desenlace entre ambos—; concepción mal digerida por la psiquiatría. Ante Freud, Jung intenta minimizar las diferencias en cuanto a la sexualidad, arguyendo trabajar con otro material clínico, así como su falta de experiencia en el método analítico. No obstante, en las exposiciones públicas evita el tema, alegando razones diplomáticas y pedagógicas tendientes a la divulgación científica de la doctrina. Como toda respuesta, el maestro plantea que por delicadeza no renuncie a ningún punto esencial del psicoanálisis.
Frente al pedido del discípulo —que aclare su concepción del término “libido”—, Freud toca aquello que soporta en la clínica: La cópula del inconsciente y la sexualidad. La cuestión que sostiene decididamente desde el inicio: la dependencia de las neurosis respecto de la vida amorosa del hombre . Eso que pone en acto la transferencia, y que viene intentando atrapar desde la dilucidación de los síntomas hasta el principio del placer; lo que ocasiona la pulsión, lo que padece el cuerpo, y manifiestan las formaciones del inconsciente.
Mientras el suizo se aventura en el terreno de la mitología y de la religión, para elaborar sus Transformaciones y símbolos de la libido, Freud emprende la reflexión sobre Tótem y tabú, sobre el padre primordial y la horda de hermanos. En 1910, comienza a recolectar y a leer la bibliografía publicada sobre el tema. En agosto de 1911 delinea el título general. A partir de aquí la correspondencia se enrarece. Poco después, en el prólogo del libro, entre las influencias que lo han llevado a escribir sobre el asunto, aludirá a la escuela psicoanalítica de Zurich, especialmente a Carl Jung. El 12 de noviembre de 1911, envía una sucinta crítica de la primera parte de Transformaciones y símbolos de la libido, título que incluye entre las lecturas de trabajo sobre la religión; cierra la carta diciendo: “No menos me alegran las múltiples coincidencias con aquello que yo ya he dicho y con lo que aún desearía decir. Ya que en dicho autor, se trata de usted, quiero proseguir de un modo más directo y admitir que es para mí un tormento pensar, cuando tengo actualmente alguna ocurrencia, que con ello le quito algo o bien que me apropio de alguna cosa que fácilmente habría logrado usted por su cuenta. Con frecuencia no sé que he de hacer cuando esto sucede, he comenzado algunas cartas en las que pongo a su disposición algunas ideas y observaciones, pero no las termino, ya que lo considero como más indiscreto e indeseable que el otro modo de proceder. ¿Por qué demonios habría de dejarme inducir a seguirle a ese territorio? En este sentido me tiene que proponer algo. Pero probablemente nos cruzaremos de modo tal que yo cave mis corredores mucho más subterráneamente que usted sus propias minas, de modo que tan sólo pueda saludarle al salir de nuevo a la luz del día”.
El 14 de noviembre, Jung responde: “…es para mí muy agobiante que entre usted también en este terreno de la psicología de la religión. Es usted un competidor peligroso”. Luego, refiriéndose a sus Transformaciones…, expresa: “En mi segunda parte me he enfrentado muy osadamente con la teoría de la libido […] Opino, precisamente, que el concepto de libido de los Tres ensayos ha de ser ampliado en cuanto al aspecto genético, a fin de que la teoría de la libido pueda ser aplicada a la demencia precoz”. Exaltado, en la carta del 3 de marzo de 1912, tras preguntar a Freud si desconfía de él, revela: “No me habría puesto de su lado si no llevase en la sangre algo de herejía…”. Acto seguido cita un pasaje del Zaratustra de Nietzsche: “Mal se recompensa con agradecimiento a un maestro cuando se sigue siendo siempre un discípulo. ¿Y por qué no queréis hacer trizas mi corona? Me veneráis; pero ¿y si vuestra veneración se derrumba un día? Cuidad que no os mate una estatua. / No os habíais buscado aún, cuando me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes. Ahora os mando que me perdáis y que os encontréis a vosotros mismos; y tan sólo cuando todos hayáis renegado de mí, retornaré a vosotros”.
Rápidamente, el 5 de marzo, Freud responde: “En la relación de nosotros dos con respecto al  estriba el fundamento inconmovible de nuestras relaciones personales, pero resultaba desde luego atractivo edificar sobre tal base algo bello, si bien más lábil, de solidaridad íntima y ¿no es así como tiene que proseguir?
”Lo que sigue diciendo usted acerca de la necesaria independencia intelectual, reforzándolo con la cita de Nietzsche, tiene mi completa aprobación. Pero si un tercero pudiese leer ese pasaje me preguntaría cuándo emprendí yo tales tentativas de opresión espiritual y yo le tendría que decir: no lo sé. Creo que jamás. De todos modos, Adler se quejó de algo análogo, pero estoy convencido de que fue su neurosis la que habló por él”. Poco después, el 21 de abril, escribe: “Con especial interés espero como es lógico su segundo trabajo sobre la libido, con las innovaciones con respecto al concepto de la misma, ya que pienso que la Declaration of Independance proclamada últimamente por usted habrá encontrado ahí su expresión o se referirá en general a la misma. Se convencerá usted de que yo también sé escuchar, y admitir o bien esperar hasta que veo algo más claramente”.
A mediados de enero de 1912 Freud concluye “El horror del incesto”; el artículo es publicado en el primer número de la revista Imago. Marzo lo encuentra trabajando en el segundo ensayo: “El tabú y la ambivalencia de las mociones de sentimiento”, texto que el 15 de mayo, en una conferencia de tres horas, presenta en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Con motivo del primer trabajo, el 17 de mayo Jung le escribe a Freud, expresando ‘más claramente’ su posición: “…el incesto está prohibido, no porque se lo desee, sino porque la angustia flotante reactiva material infantil regresivo, constituyendo con él una ceremonia de expiación […] La prohibición del incesto, con su significado etiológico, ha de compararse directamente con el así llamado trauma sexual, que por regla general tan sólo debe su papel etiológico a la preocupación regresiva. Es aparentemente importante o efectiva la prohibición del incesto, o bien la barrera del incesto, que en el modo de consideración  ha sustituido el trauma sexual. Así como, cum grano salis, carece de importancia si ha existido verdaderamente un trauma del incesto o si tan sólo se trata de una fantasía…”.
Leyendo entrelíneas, el 23 de mayo Freud responde: “Por lo que se refiere al tema de la libido comprendo, finalmente, en qué estriba lo diferente de su concepción. (Yo quería decir, naturalmente el incesto, pero pienso en las modificaciones de la concepción de la libido anunciadas por usted.) Lo que no comprendo aún es por qué abandona el antiguo punto de vista y qué otro puede ser el origen y aquello que impulsa a la prohibición del incesto […] El valor de lo que comunica reside, para mí, en la advertencia, en ello contenida, acerca de mi primer gran error, en el que confundí fantasías con realidades. Seré por tanto prudente y pondré cuidado en cada paso del camino”. Tras lo que añade: “Pero dejemos ahora de lado a la razón y si enfocamos el tema desde el punto de vista del placer, advierto una intensa antipatía contra su innovación…”. Sobre el final de la carta anuncia que posiblemente al día siguiente visite a Binswanger, quien se hallaba gravemente enfermo. El viaje a Kreuzlingen provoca que Jung le reproche con vehemencia no haber sentido la necesidad de verlo, y que interprete el gesto con relación a “la libido” en litigio, y al malestar que el maestro expresó sobre sus planteos.
Entretanto, Tótem y tabú seguirá su marcha. En el otoño de 1912 Freud concluye el tercer ensayo: “Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos”; artículo que expone en la Sociedad vienesa el 15 de enero siguiente. El 12 de mayo de 1913 termina el cuarto capítulo, “El retorno del totemismo en la infancia”, y es presentado en Sociedad el 4 de junio.
(Aún bajo la impresión de la disidencia de Adler y la incomodidad con Stekel) Freud especula sobre las consecuencias de una ruptura por parte de Jung. La inquietud se extiende entre la vieja guardia. En julio de 1912 Jones y Ferenczi conversan en Viena, allí conciben el plan que origina el Comité secreto. Ferenczi expresa una pretensión: contar, en los diferentes centros psicoanalíticos y en los diversos países, con un cierto número de personas cabalmente analizadas por Freud. Ante la imposibilidad de consumar este proyecto en lo inmediato, Jones, inspirándose en los paladines de Carlomagno, y en la cosmopolita guardia imperial, plantea erigir en torno al maestro un pequeño grupo de analistas de confianza. Por carta, el 30 de julio de 1912, comunica a Freud la propuesta; quien el 1° de agosto acepta el ofrecimiento, exigiendo que el asunto permanezca en secreto. El día siguiente, Jung reafirma su posición teórica frente a Freud; le anuncia que procurará revalidar su cargo de presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional, sometiéndolo a votación en el próximo congreso. El empeño en la reelección muestra el juego de Jung: imponer un respaldo democrático que decida sobre la incompatibilidad de los “puntos de vista desviados”, es decir, pretende evitar la expatriación a la que Adler se vio obligado.
En septiembre, mientras Freud pasa un tiempo en Roma con Ferenczi, el suizo realiza una intensa cruzada proselitista por los EE.UU.; donde utiliza las lecciones que dicta, ostentando el cargo de presidente de la I.P.A., para fundamentar las innovaciones que imprime a la doctrina freudiana. De regreso, el 11 de noviembre de 1912 comunica a Freud que, al exponer sus nuevas ideas, observó cómo su concepción del psicoanálisis ganaba muchos adeptos para “la causa”, especialmente entre aquellos que hasta ahora permanecían escépticos frente a la libido sexual. La respuesta de Freud no se hace esperar, el 14 de noviembre, felicitándolo mordazmente por su éxito personal, escribe: “Mas el hecho de que con sus modificaciones haya disminuido muchas resistencias no lo debería inscribir, sin embargo, en su lista de méritos, pues sabe que cuanto más se quiera alejar de las novedades psicoanalíticas, tanto más seguro estará usted del aplauso y tanto menor será la renuencia”. Y al punto propone activar la junta de presidentes, autoridad que preveían los estatutos de la Asociación internacional, para resolver la incómoda situación editorial provocada por Stekel , quien estaba pertrechado en la Zentralblatt, órgano oficial de difusión del psicoanálisis.
El 24 de noviembre de 1912, con el objetivo de desvincular la revista, los presidentes de los grupos locales se reúnen en el Park Hotel de Munich. Sin miramientos resuelven el caso. Consumada la deliberación, Freud y Jung acuerdan dar un paseo; con la intención de limar asperezas, conversan durante un par de horas. Freud explica las circunstancias que determinaron la visita a Binswanger: el delicado estado de salud de éste; Jung concluye que su interpretación del “gesto de Kreuzlingen” fue un malentendido y se disculpa; a continuación alega que la relación íntima con un hombre actúa inhibiendo su libertad científica. Dicho esto, sobreviene la reconciliación. No obstante, en el almuerzo se produce un nuevo altercado: Freud reprocha a los suizos haber publicado artículos psicoanalíticos que no mencionaban su nombre. Entre la queja y la defensa, contrae un fuerte dolor de cabeza, al percibir el signo de un deseo de muerte orientado hacia él. Y, ante el azoro general, cae al suelo completamente inconsciente. Jung lo traslada hasta el sofá de la antesala, donde vuelve en sí. Pese a la tensión del momento, tras la aclaración y las disculpas, las partes procuran un acercamiento —una frágil quietud, previa a que se desencadene un Tifón.
A menos de una semana del encuentro, el 29 de noviembre, Freud contesta a las inquietudes de Jung: “Respondo ahora con gusto a sus preguntas. Mi estado en Munich no era de consecuencias más graves que el similar en la Essighaus, en Bremen, desapareció por la noche y me permitió dormir muy bien a la noche siguiente. Según mi diagnóstico privado, se trató de nuevo de una típica jaqueca (del tipo de la jaqueca oftálmica), no sin un contenido psíquico; para la prosecución de su pista carezco ahora, por desgracia, de tiempo. Por otra parte, el comedor del Parkhotel es fatal para mí. Hace seis años tuve allí por primera vez un estado semejante, hace cuatro años, un segundo. Se trata, de un pedacito de neurosis de la cual se debería uno preocupar, desde luego”. (Poco después, el 8 de diciembre, confía a Jones que en otros tiempos, posiblemente en aquella habitación, había experimentado los mismos síntomas. Y, en enero de 1913, cuando éste lo visita, revela que allí se suscitó la acalorada discusión sobre plagio que mantuvo con Wilhelm Fliess.)
La carta de Freud, despachada con ánimos de minimizar lo sucedido, lejos de pacificar a Jung, desencadena su despecho: será tomada como la confirmación de todas las sospechas. Sin vergüenza, “tal como escribiría a un amigo”, proponiéndose como analista, el 3 de diciembre escribe: “Le agradezco muy cordialmente el pasaje de su carta en el que habla de su ‘pedazo de neurosis’, del cual no está libre […] Yo he tenido que sufrir, con usted, por este pedazo, aun cuando usted no lo vio ni lo comprendió correctamente cuando yo quise aclarar mi actitud respecto de usted. Si se quitase ese velo estoy seguro de que adoptaría otra actitud con respecto a mi trabajo […] Tan sólo sufro de vez en cuando por el humano deseo de ser intelectualmente comprendido, sin ser medido con la escala de la neurosis. Nuestro análisis terminó, en su tiempo, con su observación de que ‘usted no podría hacerse analizar sin perder su autoridad’. Esta frase ha quedado grabada en mi memoria como símbolo de todo lo por venir…”.
El 5 de diciembre, Freud responde con prudencia: “…tan sólo puedo recomendar con ello el remedio casero de que cada uno de nosotros se ocupe más celosamente de su propia neurosis que de la del prójimo”. Pero, el 16 de diciembre, aún molesto, remarca un lapsus de escritura del suizo: “Incluso los compinches de Adler no quieren contarme como uno de los suyos . Sin embargo completamente suyo...”. El 18 de diciembre, con irritación y cinismo, Jung objeta: “…querría llamarle la atención acerca de que su técnica de tratar a sus alumnos como pacientes constituye una equivocación. Con ello crea usted hijos esclavizados o descarados granujas (Adler-Stekel y toda la desvergonzada banda que se extiende por Viena). Soy lo suficientemente objetivo como para advertir su truco. Hace constar en torno suyo todos los actos sintomáticos y así rebaja a cuantos lo rodean al nivel de hijo y de hija, que admiten ruborizados la existencia de tendencias erróneas. Mientras tanto permanece usted siempre allí, en lo alto, como padre”.
Freud arma la contestación antes de navidad; pero no despacha el mensaje hasta comienzos de enero de 1913, en lo que constituye el fin de aquel apasionante intercambio epistolar: “No quiero establecer un juicio acerca de su reproche relativo a que aproveche el análisis para mantener a mis discípulos en una situación de dependencia infantil y que por ello soy responsable de su comportamiento infantil con respecto a mí mismo […] Estoy habituado a escuchar en Viena el reproche opuesto, es decir: que me ocupo demasiado poco del análisis de los ‘discípulos’”. Años después, Anna Freud dirá que la única ocasión en que recordaba haber visto a su padre deprimido fue con motivo de la ruptura con Jung.
Por comentarios de Carl Jung sabemos que tras el rompimiento debió pasar un tiempo internado en una clínica psiquiátrica, para rehabilitarse de una “psicosis”. Los arquetipos; el inconsciente colectivo; la simpatía por la experiencia religiosa, la alquimia y el mito, bastiones de la doctrina junguiana, proceden de la época de quiebre. Esto ilumina la referencia que realiza Jung sobre la separación: haberla vivenciado como una liberación. Debido al vínculo transferencial en juego, desasirse de Freud se tornó un serio problema. Hecho que, al no acertar una solución, lo precipita en la desavenencia: captado por la idea nietzscheana de la originalidad y del genio, con sus Transmutaciones de la libido… fuerza la ruptura.

…Rota la relación personal, quedaba por resolver la situación institucional. Más allá de la siempre dolorosa desilusión, Jung constituía un serio peligro para el movimiento: luego de Freud era el principal portavoz del psicoanálisis, reconocido internacionalmente por la comunidad científica; mantenía el cargo de presidente de la I.P.A., y era editor del Jahrbuch; es decir: controlaba el aparato organizativo y el órgano de difusión de la Asociación.
En septiembre de 1912, durante su estadía en Roma, Freud visita una y otra vez el Moisés de Miguel Ángel. De pronto comprende qué había captado su atención. En otoño de 1913, tras concluir Tótem y tabú, decide redactar un trabajo al respecto, pero, luego de largas cavilaciones, no lo reconoce con su nombre . El escrito descifra la postura de Moisés: descartando la calma, advierte el momento previo a que se desencadene la furia, el instante en que la mano deja caer las tablas de la ley.
Tras soportar pacientemente las idas y venidas, las acusaciones y las sutilezas del suizo, Freud se expide en una sentenciosa frase: “Desde luego, Jung es por lo menos un Aiglon” . En francés Aiglon es “aguilucho”, por ende una referencia a Adler, cuyo apellido alemán significa “águila”. L’Aiglon era el apodo del hijo de Napoleón Bonaparte, Napoleón II [rey de Roma], quien no llega a realizar la misión para la que lo había destinado el emperador. “Desde luego, Jung es por lo menos un Aiglon”: aquel al que junto con la técnica confió la más alta de las responsabilidades, pero no estuvo a la altura de sobrellevarla. El encargo quedó por encima de sus posibilidades, el espíritu de Jung lo condujo a confrontar con el designio del maestro.
No sin razón, Freud pensó que el suizo con sus fieles podría afirmarse en el poder, y expulsarlo de su propio dominio, tanto a él como a sus partidarios. Después de todo el sistema junguiano, al quitar el énfasis de la sexualidad, sería recibido propiciamente por el ámbito científico, siempre hostil al psicoanálisis. (Por aquel tiempo Freud expresa a Ferenczi que la endeble Anna lo hacía pensar en Cordelia, la hija menor del rey Lear . Recordemos que la tragedia del soberano se desata junto a la ceguera, luego de haber equivocado el destinario de su reino.)
En septiembre de 1913, presidido por Jung, en medio de un clima de tensión y de malestar, se desarrolla el Congreso Psicoanalítico de Munich, donde se acortan las exposiciones y se extienden los debates. Aquellas fatigosas sesiones culminan con la ratificación del helvecio como presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional; en una reelección donde las 22 abstenciones pondrán en evidencia la falta de acuerdo imperante. Los participantes del congreso se separan sin deseos de volver a encontrase. Después de Munich, y frente a la espinosa situación política, el fundador insta a los leales —quienes de por sí estaban movilizados—. Velozmente se precipitan los acontecimientos. Freud escribe una carta a Maeder, en la que expresa dudas de la buena fe de Jung. Al enterarse de esto, ofendido, Jung notifica su renuncia a la redacción del Jahrbuch; arguyendo en público razones personales, y en privado la imposibilidad de continuar colaborando con Freud en tales circunstancias .
Para tratar el asunto, el 2 de noviembre se reúnen Freud, Ferenczi, Rank y Sachs con el librero Heller. Luego de la conversación, y desde el escritorio del maestro, Ferenczi escribe apresuradamente a Jones: “Aprovechando la ocasión, el profesor Freud planteó la cuestión de si no habría llegado también el momento de cortar el último contacto con Zurich y disolver la Asociación Psicoanalítica Internacional. Nosotros lo aprobamos unánimemente. En lo que se refiere a la cuestión de cómo llevarlo a cabo: cuatro grupos locales (Viena, Berlín, Budapest y el gran grupo americano) enviarán conjuntamente al presidente de la Asociación (N.B. la mayoría numérica de la IPA) una petición para que la misma se disuelva. […] le ruego que le comunique al prof. Freud a vuelta de correo su opinión acerca de este asunto. Le rogamos tenga en cuenta que la dimisión —que de otro modo sería inevitable— tendría más desventajas que la disolución, porque de ese modo Jung seguiría siendo quien tiene el poder y la presidencia, y nosotros los expulsados” . Al finalizar la carta Ferenczi aclara: “Naturalmente, de momento esta acción debe ser un secreto absoluto del Comité”.
El 10 de marzo de 1914, en el marco de acción del Comité Secreto y en forma de circular confidencial, Abraham propone: “Después de que se haya puesto en evidencia que las diferentes propuestas para una acción contra Jung eran irrealizables, quisiera comunicar ahora a los miembros del Comité una nueva propuesta.
”Nuestra revista está publicando en la actualidad una serie de críticas fuertemente negativas sobre las innovaciones de Jung, según mis datos de Jones, Ferenczi, Eitingon y mía. A éstas les seguirán en el futuro varias más. Además, en el Jahrbuch va a publicarse el minucioso ajuste de cuentas de Freud con Jung, junto con un artículo explicativo de Sachs y Rank (“¿Qué es el psicoanálisis?”).
”Tan pronto como la mayor parte de esos artículos se haya publicado, lo cual probablemente ocurra antes de finales de abril, me parece que habrá llegado el momento de emprender la acción, ya que entonces nuestra ofensiva ya estará suficientemente justificada respecto al exterior. Dentro de los grupos locales de Berlín, Viena, Budapest y Londres no existen diferencias esenciales […] Creo que ahora en todas partes se ha allanado el camino para nuestra ofensiva”. El término ‘ajuste de cuentas’ hace referencia al texto que furiosamente Freud había emprendido: Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, aporte que entre los íntimos denominó “la bomba”.
Mientras Freud preparaba el arma teórica el Comité discutió el plan de ataque —no sin calcular las posibles pérdidas de miembros—: un pedido directo de dimisión sería remitido al suizo , la resolución unánime llegaría desde los cuatro grupos locales diciendo: “Después de una profunda deliberación, el grupo local […] ha llegado a la conclusión de que la orientación tomada por Jung y sus partidarios ha perdido toda relación intrínseca con el psicoanálisis. En estas condiciones, declaramos que no es admisible que el actual presidente siga representando por más tiempo a la IPA hacia el exterior. Por esta razón, le invitamos a renunciar inmediatamente a su cargo” .
Poco antes que la Contribución… de Freud viera la luz, el 20 de abril de 1914, aduciendo que su teoría estaba en patente contraste con la de la mayoría de los miembros de la Asociación Psicoanalítica, Jung renuncia a la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional. El 30 de abril Freud remite una circular a los presidentes de los grupos locales (Berlín, Budapest, Londres, Munich, Viena y Zurich), en la que plantea la necesidad de elegir un presidente provisional, y propone a Abraham para el cargo, quien finalmente es designado. El 10 de julio, siguiendo a Jung, el grupo zuriqués decide desafiliarse de la IPA.
Dentro de las murallas de la comunidad analítica “la bomba” hizo el resto. Escuchemos la conclusión del texto freudiano: “Los hombres son fuertes durante todo el tiempo en que sustentan una idea fuerte; se vuelven impotentes cuando se le ponen en contra. El psicoanálisis soportará esta pérdida y a cambio de estos partidarios ganará otros. Sólo me queda desear que el destino depare un cómodo ascenso a quienes la residencia en el mundo subterráneo del psicoanálisis les ha provocado desasosiego. Y a los otros, que les sea permitido llevar hasta el final y sin tropiezos sus trabajos en las profundidades”.

MARCELO ALONSO
Extracto del libro “Aquí también hay dioses”

De la espera al salto

“No hay obra que no sea de su tiempo”
Jorge Luis Borges


Para pensar algunos problemas que la infancia plantea al psicoanálisis, voy a tomar un artículo escrito por Rodolfo Walsh en 1958, “Un niño secreto que no se dirá”, publicado en el libro El violento oficio de escribir. Obra periodística 1953-1977.
Walsh comenta, en el relato, que un amigo le entrega unos papeles con poesías... Los lee. Y éstas le producen un sentimiento indefinible. Luego los devuelve, con el simple comentario de que los versos eran buenos. El amigo le pregunta: ¿Qué edad tiene el autor? Sin caer en la cuenta, el periodista responde, con irritación, que pueden ser de un adolescente, de un hombre adulto o de un anciano.
El autor tiene ocho y que escribe desde los seis, escribe desde que escribe.

“Con sorpresa -escribe R.W.- retomé los papeles y volví a leerlos. Y entonces se aparecieron con claridad matices que me pasaran inadvertidos. Aquel sentimiento indefinible quedó claramente determinado: las breves canciones forzosamente tenían que haber sido escritas por un chico. Sólo un chico podía sentirse personaje -por ejemplo- de aquel breve y conmovedor diálogo con una paloma. Sólo un chico podía comparar, al vivo y palpitante corazón que siente bajo sus manos, con una manzana.”

El niño comienza a escribir alrededor de los seis años. Su diálogo inicial es con seres inanimados que lo rodean, un balbuceo con una rosa del jardín:

Cuando te sacan a tí
angustia es para mí.

Walsh señala que el niño traslada al papel ese breve esquema de un pesar infantil. Desde nuestro lugar de analistas, podemos plantear que el niño intenta trasladar eso al papel desde que comienza a bosquejar los garabatos de su escritura.

“Una tarde, en el campo, su padre lo lleva de paseo. Van a pescar a un arroyo. En el silencio del crepúsculo estival se escucha, ora cercano, ora remoto, el arrullo de las palomas montaraces. El padre está atento a la línea. Pero Gabriel sólo tiene oídos para aquel son melancólico y espaciado, aquellas tres sílabas que pueblan el aire.

-Papá, me habla... -dice de pronto.
-¿Quién, hijo?
-La paloma. Escucha.

El padre escucha. Y se queda turbado, sin saber qué decir. Esa noche, cuando vuelven, Gabriel escribe de un tirón, con su letra de primer grado y sus errores de ortografía el diálogo imaginado:

-Querido... querido...
-¿Qué quieres paloma, tú,
qué me quieres contestar?
Si tú no sabes hablar
no te entenderé.
Y la paloma sigue:
-Querido... querido...”

Poco más tarde, de aquel diálogo, surgen los primeros trazos, imágenes ligadas a lo rodea, a la naturaleza tan viva como él mismo. Eso que queda irremediablemente perdido en el mundo del adulto. Sobre este punto es interesante insistir en la aguda sensibilidad de Walsh, que marca que sólo un niño puede sentirse un personaje más dentro de aquel diálogo con estos pequeños objetos.
En el juego, en este período, que luego quedará como amnésico, los objetos tomarán valor. En el campo lúdico hablan, sufren, ríen, se lastiman, se fracturan, se reconstruyen. En esa otra dimensión se irá plasmando un disfraz. Los significantes del discurso parental circulan en el juego, conjuntamente estos objetos parciales creando un imaginario en el que se apuntala un real. En el juego el niño ingresa al acto de nombrarlos, y los transforma en juguetes. En este fluir la escena lúdica se convierte en máscara. Máscara que incluirá al jugador mismo, otro objeto fragmentario, en un universo humanizado. Poetizando el niño crea el mundo.


Walsh nos comenta que el padre de Gabriel, Darwin Peluffo, es un prestigioso catedrático de filosofía y escritor uruguayo. Su madre, Marta Linari, una mujer culta que ha ensayado con éxito el cuento y otras formas literarias. El abuelo, Juan Peluffo, fue un gran pintor. A las tertulias de la casa del niño concurren escritores y artistas.
Mordido por aquellas poesías, Walsh cruza el río para ir al encuentro del autor. Marta le comenta que Gabriel es tranquilo, meditativo, y algo tímido; pero que en la escuela todos lo quieren. Cuando Walsh le pregunta si lee poesía, con simpleza Gabriel responde que prefiere escribir. Darwin acota que procuran que lea formas despersonalizadas (romances antiguos), para no influirlo demasiado, para no coartarlo.
Una anécdota. La maestra de cuarto grado lo quería mucho, pero siempre repetía “lástima que los padres le hagan las composiciones”; hasta que el día puso en clase un tema de composición improvisado, y Gabriel escribió lo mejor que había hecho hasta entonces –comenta Marta.

“Tiene ocho años –escribe RW-. En el mundo de fábula que es el suyo, nace entonces una fábula interior, una especie de secreto privado con el que el chico se deleita y que a nadie quiere explicar:

Las aguas van para allá.
Van buscando a un niño que no se dirá.
Aguas de un río que van para allá;
van buscando a alguien que no se dirá.
Rumorosas, intranquilas, se van para allá.
Al fin protestan las olas:
“Nunca, encontrarás,
Porque es el niño secreto
que no se dirá”.

Walsh trata con justa intuición los poemas de Gabriel. Ubicando con sutileza los cortes, en principio desde las cositas de la naturaleza que lo rodean a la fábula. Nos señala que los rastros de este niño secreto persistirán en otros poemas. Si le preguntan por él, Gabriel sólo sonríe, pero no suelta su secreto... En este punto debemos apartamos de la idea del periodista, idea con la que arma su artículo. El adulto supone el secreto al niño, no resiste a la tentación del sentido. En esto no sería diferente a la posición del analista que trabaja en esa línea con nuestros queridos neuróticos.

“Por esa época, un ilustre poeta uruguayo, Leonardo Pereda, que es amigo de la casa, le pregunta por qué escribe, qué lo impulsa, qué es la poesía para él. El chico se queda turbado. No responde. Quizá nunca ha pensado en eso.”

Trabajar con la hipótesis de que el niño sabe sobre sus producciones supone un sujeto a la infancia. Esta suposición se efectúa después de haber atravezado la frontera. Eso se dará en otro tiempo, uno segundo, cuando se (re)signifique el espacio perdido. En este sentido podemos pensar que hay niñez porque hay adultos. Así como hay inconsciente desde una elucubración de saber de la lengua.

Aquí haremos una digresión analítica. Y en esto podemos tomar una objeción que nos viene de un campo diferente al psicoanalítico, desde el campo jurídico, para el cual el niño no es considerado responsable de sus acciones . El adulto es aquel que puede sacar las conclusiones lógicamente adecuadas del resultado de sus actos. En castellano existe una expresión “que la inocencia te valga”, que hace referencia a perder la inocencia; el adulto no es inocente. Los rasgos infantiles o el infantilismo sólo es pensable en el adulto, el niño es sólo un niño. A un adulto le pueden vender un buzón, el niño juega al cartero con los buzones, reales o imaginarios. La cuestión de la responsabilidad nos lleva, a los psicoanalistas a plantearnos el interrogante sobre el sujeto. Lo que encontramos en la clínica con niños es que cualquier intento de responsabilizar al niño sobre sus acciones (juegos, dibujos, frases, etc.) produce la ruptura del campo lúdico, que va acompañada de la irrupción de la angustia. Rota la frágil zona imaginaria, en su campo se presenta una prolongación de lo real. Cuando el niño es convocado a dar cuenta de sus acciones se confronta con una nada. Tampoco es tan diferente en los adultos. Allí o se responde con el juego, en el caso de la infancia, o con las suposiciones y la causalidad, con la fantasía, o en algunos pocos instantes con una invención.
En el adulto la realidad se destila desde la representación, es decir, con la mentalidad; la que desde Lacan siempre será débil. El deseo sólo puede ser sostenido desde la alteridad. Ubicada en relación al goce, como en el caso de un adulto ante un acontecimiento traumático, la subjetividad irá situando el evento en relación la fantasía, y desde allí enmarcará el deseo. Esto no ocurre en el niño. Esto, al igual que lo que sucede en la psicosis, entrega una enseñanza aún difícil de tomar para los psicoanalistas. Una enseñanza que Lacan pasa por el nudo borromeo, y que nos orienta hacia otra experiencia clínica.
Pero, ¿qué pasa con el goce en la infancia? En la infancia no podemos ubicar una subjetividad en relación al goce. Sólo aparece un pliegue, el que produce la escena lúdica. Esa escena que implica un tratamiento de lo real desde lo imaginario en el borde de su superposición con lo simbólico. Un frágil cruce que sostiene un anudamiento. De allí que la infancia sea el tiempo de hacer el nudo. Y qué mejor que este pequeño caso, excepcional, y por eso con trazas de estructura, en donde el hacer se muestra en su faz poiética –para nombrarla, aunque precariamente, con los elementos de los que disponemos-, de hacer en sentido poético.
Si pensamos a la escena lúdica, a partir de la hipótesis provisoria que veníamos trabajando, como un intento de ensamble entre elementos heterogéneos: los significantes del discurso parental, los pequeños objetos y las relaciones imaginarias entre estos; encontramos que cualquier irrupción produce la fragmentación o el congelamiento de la misma.
El juego permite la escenificación de los requerimientos objetales del discurso parental, imprime como distancia a ser utilizado como objeto para la satisfacción parental, la de ser un objeto que juega. Podríamos plantear la cuestión pensando que los niños siempre juegan, salvo que los padres los ubiquen fuera del campo de juego.
En el niño las acciones se encuentran protegidas dentro del campo lúdico, taponando precariamente un lugar vacío. El campo lúdico no está en lugar de la fantasía. Con lo cual podríamos precisar no sólo que el juego no es la expresión de fantasías inconscientes, sino que tampoco es predecesor de los fantasmas. La fantasía no está desde el inicio, implica un nuevo acontecimiento psíquico, que implicará un corte.
El niño se define, para el psicoanálisis, a partir del vínculo que lo sitúa en relación al juego (mientras éste perdure), podemos pensar entonces que el analista, en la clínica con niños, puede producir una redistribución en aquello que se mueve en la transferencia, rearmar una escena en donde se siga jugando, hasta que caiga la función del juego. Hasta que el niño vaya a su destrucción, hasta que pase a otra cosa.

Walsh comenta que si bien ha entrado en el mundo de las definiciones, el niño no deja todavía el de sus juegos infantiles, al que sitúa como un ámbito diferente respecto al de la dupla mentira/verdad, donde proyecta una mirada dolorida.
Gabriel Peluffo aún no cumple nueve años y habla con un títere o escribe el poema Corazón:

Hombre inhumano
que tiene el corazón sin vida,
que tiene el corazón sin ala.
Niño de papel, niño de mentira,
rojo de vergüenza
de ser un hombre sin vida


CORAZÓN

Una manzana en mi cuerpo:
una imagen de cristal.
Corazón que late y late,
que late sin cesar;
que tiene, tiene a la Muerte
y no lo quiere soltar.

En el poema siguiente, escrito ya a los nueve años, se presenta como paradigmático de la infancia el tema de la espera. La infancia es un período de espera, aquí podemos retomar una afirmación Freudiana: el deseo en la niñez es el de ser grandes.
En el Seminario XII Lacan afirma que el juego reduce el círculo de la relación del sujeto al saber, esa relación tiene un sentido y no puede tener más que uno sólo: es el de la espera, el sujeto espera su lugar en el saber. En la espera se constituye el juego. El juego pospone algo…

Espera, niño.
Tranquilos tus ojos,
tranquilo tu llanto.
Espera, ya llegará lo que quieres.
Te llegará más tarde.
Espera, niño, que trae el mensaje el aire.
Espera que tu cuerpo crezca como el árbol.
Espera, niño, espera.
Espera, niño, cantando.

En esto demos la palabra al otro poeta, a Walsh, que con pluma segura nos dice aquello a lo que poco tenemos que agregar –nos queda la escucha.

“…Una mañana va caminando por el parque, cuando encuentra una paloma muerta. ¿Es tal vez la misma que le hablara años atrás, aquella tarde inolvidable junto al río? La voz del niño se quiebra en llanto, en una tiernísima alegría. “Llora quedo, paloma”, le dice. “Tu sueño nos habla./ Habla quedo, paloma,/ que tu vuelo descansa”. Pero la voz que plañía: “Querido... querido...” ha enmudecido para siempre...

Ya tus muertas pupilas de seda
bajo el rojo atardecer descansan.
Tus dos alas abiertas ya no gritan ni zumban,
ya no vuelan ni hablan,
ya no dicen paloma,
sólo hieren
bajo la profunda soledad del alba.

La parábola inicial está cerrada. El canto de Gabriel ha crecido. Nuevas honduras le aguardan todavía...”

En este último poema, como señala Walsh, tropezamos con un corte en la continuidad, se quiebra la voz de un niño. Ha terminado el tiempo de la espera. Se trata de otra cosa. Gabriel tiene doce años, y dio un salto: es un púber. En este poema encontramos que se presenta otro afecto: la nostalgia, diferente del pesar infantil, como marca de que el objeto se ha perdido. Cae el lazo que sitúa al niño en relación al juego, se abre el espacio de la alteridad.

MARCELO ALONSO

Charla dictada en el Servicio de adolescencia en emergencia psiquiátrica del Hospital Torcuato de Alvear en Agosto de 2011.